No decías nada, sólo estabas ahí hermosa frente a mi, dueña de una sensual y desasosegante indiferencia. Yo, vulnerable ante la implacable blancura evité mirarte para no petrificarme.
A tu alrededor, nada; ensombrecía el lugar cuando sonreías y creabas arcoíris a cada pestañeo. Resplandecías en medio de la tempestad que afuera inunda calles y bulevares.
Como la tempestad que se desata en mi entraña cada vez que me apareces en la mente y desbordas cada minuto, cada latido.
Como aquella tempestad que noche a noche tengo que superar para intentar dormir, y que ahora me tiene acá, mientras esto escribo entre estertores sin dejar de imaginar que aquella noche tus ojos me miraban.
Y tú sigues ahí, toda bonita en algún lugar, sin decir nada; con sensual indiferencia.
Enrique Serna.
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