Juan Llorente.
- Recién llegada la temporada de calores, en esta calle que siempre está siguiendo los mandatos del palacio de cartón… - Fue interrumpido el mafioso del chisme por una voz completamente desconocida.
- Disculpe señor- un joven con un paquete envuelto con moño.- Perdone, no me fijé que estaba grabándose- repuso el joven apenado.
- No te preocupes chavo, no pasa nada, vuelvo a empezar ¿Qué se ofrece?
- Estoy buscando la esquina de la científica.
- ¡Ah! Donde vive la científica ¿No te refieres a eso?
- Pues supongo que si…- Contestó dudoso el joven viendo su celular y el paquete con moño que traía.
- ¿Se lo mandan a ella? – Preguntó el mafioso del chisme sin poder ocultar una expresión como de lobo hambriento. –Si quieres déjamelo, yo se lo llevo ahorita que termine de grabar.
El joven miró al mafioso con cierta desconfianza y retrocedió un pequeño paso.
- ¡No como cree, me corren! – Contestó el joven.
- Hagamos un trato. – Propuso el mafioso del chisme en tono socarrón – Tú me dejas revisar ese paquete, te quedas aquí en lo que lo reviso, yo te ayudo a que quede intacto, nomás quiero verlo, yo te ayudo a que quede cerrado y todo, No se va a notar nadita – Conforme le hablaba al joven repartidor disminuía el tono de voz y, el muchacho juraría que lo podía ver salivar, como los perros cuando ven comida, y hasta se le agrandaban los ojos al mafioso mientras los abría con glotonería expresa. – Tu nomás no dices nada y te regalo un teléfono como el mío. – Mostró el mafioso del chisme un aparato verdaderamente envidiable, con el que, según los vecinos, graba todos sus chismes.
El joven repartidor, para ese punto, se encontraba bastante tentado pero ahogado, al mismo tiempo, en miedo.
- La verdad yo nomas quiero hacer bien mi trabajo señor. – Dijo el muchacho, muy a pesar de sí mismo.
- Ya sé. – Dijo el mafioso.- No lo vamos a abrir para que no te metas en problemas, deja te grabo mientras se lo llevas y se lo entregas, tu nomás no le dices nada de que yo te estoy siguiendo.
El joven miró con desconfianza y se sintió incómodo, pero era más embarazoso decirle que no a algo tan insignificante.
- Pero… ¿Me va a dar el teléfono?
- Claro, espérame, tengo uno adentro de mi casa – contestó - Está nuevo y en caja y todo. Voy a entrar por él,- se apuró a decir - no te muevas de aquí. –Agregó.
Con un poco de incomodidad, el repartidor vio al mafioso entrar a la puerta de la gran casa frente a la que estaba grabando cuando él se acercó a preguntar la dirección.
- Tssss- escuchó que alguien hacía un ruido como siseo de serpiente unos metros más allá.
Giró la cabeza y buscó, junto a las escaleras de enfrente, había un chavo, como de su misma edad. Estaba vestido como pandillero, con lentes negros, fumaba recargado en el barandal de las escaleras. - ¿A poco si te llegaron al precio con un teléfono celular?
- Pos es que si está bien insistente el don, además el teléfono si está bien chido.
- ¡Ya se!- contestó el pandillero sin pandilla haciendo una mueca- La neta es que si solo te va a grabar entregándolo… Nomás asegúrate que no te meta en el chisme- Le advirtió el pandillero- Hace como diez años, teníamos una vecina turista aquí en el Callejón de las Palabras, una francesita que estaba re chula, y por un chisme de este señor la acusaron de secuestro y se la llevaron al bote, y ya la iban a condenar, nomás llegó su embajador y la rescató… Pero apenitas. Se fue por patas.
- ¿Y si era culpable o no era culpable? – preguntó el repartidor con curiosidad, a lo que el pandillero sin pandilla se limitó a levantar los hombros en señal de total ignorancia y prendió otro cigarro.
- ¿Quieres uno?- Le ofreció al repartidor.
- No gracias. Soy deportista. Volvió a mirar hacia la casa -Pero pos ¿Qué daño puede hacer que me grabe haciendo mi trabajo?
- Tú nomas asegúrate que no te embarre, yo sé lo que te digo.
En ese momento salió el mafioso del chisme de su casa con una cajita envuelta aun en su plástico de fábrica.
- Mira, este es tuyo. – Dijo con desinterés, como si le diera alegría ayudar a un joven trabajador- Nomas ya sabes cómo está el trato, no dices nada, tú haces tu chamba y ni me volteas a ver.
- Ya está don, pero otra condición porfa, en lo que sea que vaya a hacer, no me mencione a mí. – repuso el joven, alcanzó a escuchar la cerrada de puerta de la casa del pandillero.
- ¡Trato!- dijo alegre el mafioso.
El trabajo fue para el repartidor mucho más fácil de lo que esperaba. El mafioso le dijo por dónde, llegó a la casa de una mujer, tocó el timbre, esperó unos instantes y abrió la puerta ella misma, ya de cierta edad pero que denotaba inteligencia, con una permanente expresión de preocupación y sufrimiento, eso fue justo en la esquina del Callejón de las Palabras y La Científica.
Al abrir la puerta la mujer seguía volteando a ver el interior de su casa, como si continuara una plática, y adentro sonaba mucha gente.
- Pero si el viejo no quiere que les mandemos aguacate, él tiene sus motivos, no podemos desobedecerlo- En ese momento volteó a ver a quien había llamado a la puerta de su casa- Sí diga, joven. ¿Qué se le ofrece?
- Buenas tardes, entrega especial para la doctora Ciega de Obediencia.
- Sí, soy yo… ¿Quién manda esto?
- No sé, doctora, yo trabajo para la aplicación.
La doctora Ciega de Obediencia recibió el paquete y firmó de recibido. Miró por encima del hombro del muchacho para sonreír a una niña que se veía bastante maltrecha y que cargaba a un gato tuerto, iba caminando para dar vuelta en la esquina y saludó a la doctora.
- Hola Esperancita.
- Hola doctora. ¿Tiene algo de comer para México hoy?
- Claro Esperanza, deja te traigo algo para tu gatito- Se detuvo un instante, como pensando en que algo faltaba- ¡Ah! Y también para ti. – Dijo la doctora a la que le regresó la expresión de tragedia al rostro cuando volvió a entrar a su casa.
El repartidor miró al gato y luego a la niña.
- ¿Qué le pasó a tu gato?
- La caballería completa.- Contestó la niña
- ¿Quién lo dejó tuerto, pobrecito? – dijo el repartidor parándose junto a la niña y acariciando al gato.- Está bien maltratado pero es muy bonito.
La niña miró hacia la otra esquina y puso expresión seria
- El mafioso del chisme ya te tiene en la mira.
- ¿Qué? – Preguntó el repartidor que comenzó a sentirse incómodo nuevamente.
- Siempre está vendiendo un chisme, pero nunca es suyo, siempre es el mismo gato, nomás cada vez, más revolcado.- Dijo la niña en tono inocente.
- ¿La doctora te da de comer niña?- preguntó el repartidor.
- Lo patearon los niños de las canchas de fútbol. – Contestó la niña Esperanza – mirando al gato – Se llama México.
- Tiene un nombre bonito también- contestó el joven repartidor – ¿Por qué lo patearon los niños de las canchas?
La niña giró la cabeza hacia la esquina donde se ocultaba el mafioso de los chismes y contestó.
- Según él, porque el viejo loco que vive en el palacio de cartón, les pagó para que maltrataran al gato y todos habláramos de que tan malos son los niños de las canchas y sus papás que los mal educan. – continuó la niña mirando ahora hacia el fondo de la calle, donde está el montón de cajas y botes de plástico con los que se hizo el viejo loco su palacio de cartón.- Según el viejo loco, esas son puras mentiras del mafioso del chisme, y los niños de las canchas patearon a México por culpa del señor borracho y el actor de telenovelas que antes vivían aquí, que porque se dedicaron a hacer fiestas y a robar, dice que no dejaban que los papás de los niños de las canchas hicieran su trabajo de papás. – dijo la niña con un gesto de no entender nada a pesar de ser ella quien lo decía.- Y según la doctora… Bueno, ella solo repite lo que dice el viejo loco, siempre está de acuerdo con él- La niña sonrió- Dice el mafioso del chisme que hace mucho, en el temblor, se cayó la escuela junto a las canchas de futbol, y según él es culpa de ella, de la doctora. Pero nadie le dice nada, yo no le digo nada porque no me consta, y en cambio, ella siempre le da leche a México.
En ese momento se abre la puerta y sale la doctora de su casa con un plato de leche, se sienta en las escaleras, pone el plato de leche junto a sus pies y México salta desde los brazos de Esperanza hasta los pies de la doctora, toma leche y ronronea.
- Toma muchacho, sigue trabajando duro- Dijo la doctora entregándole unas monedas a manera de propina al chico.
- Oiga doctora- se atrevió el repartidor - ¿Ya vio que casi le matan el gato a la pobre niña?
- La verdad es que si estuvo re feo – Declaró la doctora- Pero si le digo algo a los papás de los niños ¿Quién sabe de qué sean capaces?
Estaba empezando a hablar la doctora cuando reventaron gritos y sombrerazos en la esquina de enfrente, justo donde estaba el mafioso de los chismes.
- Como siempre – dijo la niña mirando – El viejo loco y el mafioso se están peleando.
Salieron algunas de las personas de la casa de la doctora, todas atraídas por la trifulca que sonaba muy fuerte, como siempre, el viejo loco y el mafioso.
- ¡Le diste todo nuestro dinero a los delincuentes, los hijos de la tamalera! – le gritaba el mafioso al viejo loco.
- ¡Tú dices que mis amigos son delincuentes y malos! ¡Tú dices puras mentiras! – gritaba el viejito encolerizado- ¡Eres un mafioso de los chismes!
La doctora se levantó para ir, como siempre, a defender al viejito loco. La detuvo en ese momento uno de sus invitados.
- Déjalo doctora, él ya no puede ser salvado – murmuró, pero la niña y el repartidor lo escucharon perfectamente – se sabe defender solo y ya hay que empezar a distanciarnos de él.
Lo ignoraron todo entonces, como si no pasara nada, y se metieron a seguir con su reunión, dejaron al mafioso y al viejito loco peleándose.
- ¿Quién era ese señor tan malvado? – preguntó el repartidor desconcertado.
- Es uno de los hombres más ricos del callejón de las palabras – contestó la niña
– él es el dueño de todos los postes y los cables de luz del Callej